Nancy Arias fue docente de Emanuel Balbo, y contó
cómo era en su juventud y qué sintió con su muerte.
Emanuel Balbo nunca imaginó que iba a morir viendo
un partido de fútbol, de la manera que lo hizo. Ni él ni nadie. Por eso que no
sólo golpeó bajo en Belgrano esta tragedia, sino en todo el ambiente del
deporte.
Para recordarlo, y también haciendo un mea culpa
por lo que le tocó, una de sus maestras de la juventud escribió una carta
contando cómo era y cómo el destino lo llevó a donde lo llevó. Nancy Arias
llamó a la reflexión con un posteo en su Facebook.
La carta completa:
Emanuel fue alumno nuestro hace algunos años ya. No
era un alumno ejemplar ni mucho menos, ¡era terrible! Yo siempre lo retaba
especialmente porque lo "bulineaba", como dicen ahora los chicos, a
un compañero que también era terrible (ese 3 A era dificilísimo), pero que era
distinto, tenía los ojos inmensos como su curiosidad y su desenfado. Rodrigo
era militante de algún partido de izquierda y hacía malabarismos en las
esquinas, falleció ese año cuando se cayó de un balcón. Fue muy difícil para
todos, para Emanuel, que lo peleaba porque no lo entendía, fue más difícil
todavía.
En el 2012, si mal no recuerdo, el hermano más
chico de los tres Balbo que tuve de alumnos falleció cuando había ido en moto
con otro chico a comprar al kiosco. Estaban parados en el semáforo. El
conductor de un auto que corría picadas los arrastró media cuadra. Agustín
murió y sus compañeros, familiares y amigos lo lloran hasta el día de hoy. El
asesino, con quien Emanuel se encontró fatídicamente este sábado en la tribuna
del Kempes, actuó con la misma cobardía con que hace más de cuatro años dejó
abandonado a Agustín en Barrio Ferreyra. Apeló a lo peor de la sociedad, sabía
que acusar a Emanuel de ser hincha de Talleres iba a iniciar la trifulca, no sé
si sabía que iba a terminar matando otra vez, lo que sí sé es que no le
importó, que sabiendo que podía dañar actuó sin culpa y con la complicidad de
una sociedad que cree que puede atacar al otro porque es diferente.
A Emanuel le pegaron y lo empujaron porque creyeron
que era de Talleres. No lo era, pero eso es lo de menos, sólo es un punto más
para el dolor de esa familia a quienes abrazo en su tragedia, especialmente a
Franco. No tardaron en decir en los medios que alguien dijo que estaba robando.
No era así. Y una vez más: si hubiese sido así, ¿vale matar por eso? No
quisiera estar en la conciencia de quienes empujaron, golpearon, participaron
por acción o por omisión en vísperas de las Pascuas en un acto de violencia que
terminó con la vida de un joven de 22 años.
Pienso en Araceli, en una foto de Araceli en la que
aparece muy provocativa (y muy hermosa, lo digo con envidia) con un top blanco
y un short muy corto. Y pienso en la gente que piensa “que se joda, ella se lo
buscó si le pasó algo”, pienso en la gente que piensa que todas las personas
distintas a ellos tienen “algo mal”.
“A Emanuel le costaba mucho comunicarse
correctamente”, diríamos cualquiera de sus docentes en un informe, quizá por
eso, porque fracasamos en enseñarle, fue a enfrentarse con el asesino de su
hermano. Y casi puedo ver su rostro, sus ojos furiosos, sus dientes apretados.
A Agustín también le costaba la escuela, pero se llevaba mejor con las profes y
con sus compañeros. ¿Qué cosas importan cuando ya no están? Si matan a nuestros
hijos y a nuestras hijas en las calles y la sociedad en vez de exigir que la justicia
funcione, se pone a deliberar sobre las bondades y las miserias de las
víctimas, lo que tenemos es lo contrario a una comunidad, es una turba como la
que en vísperas de las Pascuas mató a Emanuel porque alguien les dijo que era
de Talleres.
PUBLICADO EL
18-04-2017
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SOCIEDAD