Con goles de Vombergar y Cuello, el Ciclón se clasificó y dejó en el camino al Matador. Ahora espera al ganador de Argentinos o Instituto.
Gritó, se complicó, sufrió, birló, definió, estalló, defendió, rezó, atajó y pasó. San Lorenzo atravesó todos los estadíos posibles frente a Tigre. Un partido que arrancó ganando a los cinco minutos, seis antes de quedarse con uno menos por una expulsión evitable. Y que sacó adelante con un ahínco premiado por la gente.
Que reprocha la gestión dirigencial pero aplaude a un plantel que sí está a la altura. Y en los cuartos del Apertura.
Era a pedir de San Lorenzo. Ni el más optimista de los hinchas hubiera imaginado que antes de los cinco minutos, el equipo de Miguel Ángel Russo se iba a poner arriba. Tigre estaba perdido, se parecía más al equipo de los últimos partidos que al del principio del torneo que le permitió quedarse con un lugar en los playoffs.
Incluso, el Ciclón tuvo el segundo con un buen remate de afuera del área de Ezequiel Herrera que obligó a Zenobio a estirarse. Pero San Lorenzo es autodestructivo y los nervios, incertidumbre y escándalos de la última semana pasaron factura enseguida: Tripichio tocó atrás con Irala en una posición incómoda, el pibe dudó y dudó, pero nunca la reventó, perdió la posición y la posesión con Nacho Russo y lo tuvo que tumbar. Aunque estaba a más de 35 metros del arco, era el último hombre y entonces se fue expulsado.
Ahí empezó otro partido, más parecido a la realidad que al sueño de los primeros minutos. Más acorde a un club que apenas unas horas antes designó a un séptimo vocal para que cumpla la función del presidente después de que Moretti se haya pedido licencia tras la cámara oculta y las denuncias ya públicas.
Ese club que estuvo más de dos semanas a la deriva, con donaciones para que coman los pibes de la pensión o sin regar la cancha porque no funcionaban el sistema y que los sueldos del plantel amagaron con ponerse al final de esta semana.
Sin embargo, los jugadodieron una muestra de carácter. Uno que maquilló el hecho de que jugara diez contra once. Por eso, en el final del primer tiempo, los hinchas despidieron a los futbolistas con aplausos.
Pero el cuento de cristal se esfumó en el arranque del segundo tiempo cuando llegó un centro de la izquierda que tuvo réplica desde la derecha y, después de atravesar toda el área por segunda vez, Herrera no llego a cerrar y le quedó a Fértoli para que pusiera el empate.
La única clara que no pudieron bloquear ni una defensa rocosa y solidaria (Romaña-Hernández) ni un Gill decisivo en el resto del encuentro. Tapándole una a quemarropas a Russo y otras dos sobre el cierre.
El tema es que la historia no se puede borrar de un plumazo, ni siquiera de una negra bien de cuervo. San Lorenzo está acostumbrado a bancarse los golpazos, a levantarse, a resurgir. Y lo hizo una vez más: a los 44’ Nehuen Paz durmió, Cuello le ganó bien con el cuerpo y definió para que explotara el Bidegain. Uno que ya tuvo un Papa. Y que sabe que Diez es cuervo.