Una gran comunidad de bolivianos
trabaja en Colonia 12 de Octubre, en las peores condiciones posibles.
Juan lleva diez horas trabajando
sin parar y en su rostro corren gotas que se transforman en barro cuando tocan
la arcilla seca que se le pega en la frente. Sus manos y su cintura se mueven
sin descanso. Tiene que cortar más de 1.000 ladrillos para que la jornada rinda
y el esfuerzo se traduzca en algo más de 400 pesos. Su esposa, parada a tres
metros de altura, apila en una hornalla miles de piezas. Cuando terminen de
quemarse, quedarán listas para la venta. Su hijo, de casi 15 años, empuja una
carretilla llena de barro.
Como esta familia, cuyos nombres
han sido cambiados para proteger su identidad, otras cientas viven en los
campamentos de Allen. Los ladrillos que se elaboran en esta localidad de 40 mil
habitantes, ubicada en el Alto Valle de Río Negro, Argentina, son conocidos por
su calidad en toda la Patagonia. Sin embargo, detrás de esta actividad, que ha
tomado gran impulso en las últimas dos décadas, hay trabajadores explotados por
una red de empleo no registrado que vulnera sus derechos.
Casi en su totalidad, los obreros
que trabajan en la elaboración de ladrillos provienen de Bolivia y llegaron a
la Argentina junto a sus familias con la esperanza de encontrar un empleo que
les permita sobrevivir. En esa lógica de subsistencia, se convirtieron en el
eslabón más débil de una cadena que mueve millones de pesos por temporada.
La producción
El volumen de dinero que genera
la actividad ladrillera constituye uno de los flujos económicos más importantes
de la ciudad, pero se fuga por los canales de la informalidad. Según el área de
Comercio de la Municipalidad de Allen, en la actualidad no existe ningún horno
ladrillero con habilitación comercial. De los 120 hornos que se calcula que se
encuentran en funcionamiento, apenas un 25% están inscriptos como
monotributistas y solo unos pocos tienen la categoría de responsables
inscriptos.
Un relevamiento que llevaron
adelante los propios ladrilleros en el 2010 es el único dato de referencia que
se conoce sobre la cantidad de personas que viven en Colonia 12 de Octubre, el
campamento más grande de Allen. De acuerdo a lo relevado, había por entonces
unos 5.000 habitantes y la actividad generaba 350 puestos de empleo. Ahora, se
estima que la población ladrillera ha experimentado un decrecimiento porque el
cambio de moneda en la Argentina dejó de convenirles a los obreros golondrina
que llegan desde Bolivia.
Cada día, decenas de camiones
ingresan a Colonia 12 de Octubre para comprar ladrillos. La carga es tan
irregular como el resto de las actividades y es realizada por
"changas" de nacionalidad argentina. Los camioneros
"levantan" a los cargadores en el ingreso al campamento y les pagan
100 pesos por cada 1.000 ladrillos estibados. A corto o mediano plazo, se lee
en el rostro de los cargadores el peso del trabajo, que termina provocando
severas lesiones en la cintura y la columna. Muchas veces, se ven adolescentes
acarreando los ladrillos desde las hornallas hasta los camiones.
En la elaboración de los
ladrillos, existen diferentes puestos de trabajo. Los cortadores, como su
nombre lo indica, se encargan de cortar los ladrillos y son los más buscados
por los propietarios de los hornos. Para que el corte rinda, estos obreros
deben conjugar la técnica con la velocidad. El banquetero se encarga de
trasladar los ladrillos que se secaron en la cancha hasta el lugar en el que se
cocerán. Una labor, mayoritariamente a cargo de mujeres, es la de las
apiladoras: ordenan las piezas de barro para construir las hornallas.
La vida en los campamentos
Colonia 12 de Octubre es una
franja de territorio arcilloso ubicada al noreste de Allen, sobre la zona de
bardas (terrenos elevados que bordean el Alto Valle). No es un sector
urbanizado y en el lugar existen un centenar de campamentos ladrilleros
ubicados sobre la traza de un gasoducto de alta presión y debajo de una línea
de alta tensión. Durante muchos años, se creyó que la superficie de este
poblado pertenecía al Estado. Los horneros no tenían ningún tipo de
documentación de las tierras que ocupaban. Pero en el 2009, Bardas de San
Miguel, una empresa minera, se adjudicó la titularidad de las parcelas.
El municipio de Allen había
elaborado un plan para trasladar los hornos hacia el este, en la zona de
Guerrico, donde se pensaba organizar un parque ladrillero, pero el proyecto no
tuvo aceptación entre los horneros bolivianos y en el 2010 terminaron adquiriendo
las tierras de Colonia 12 de Octubre a la compañía propietaria. En total, los
horneros compraron 117 hectáreas (toda la extensión de este campamento) a
través de la Asociación de Ladrilleros Árbol Río Negro, entidad que crearon al
efecto. Sin embargo seis años después, todavía no existe la escrituración de
las tierras por problemas internos y legales que tuvo la propia organización
ladrillera.
"Yo ya no sé qué pensar con
todo esto de la compra de las tierras. Con mucho esfuerzo nosotros juntamos
peso por peso para ser propietarios pero todavía no nos han entregado las
escrituras de los lotes y creo que acá alguien nos metió la mano en el
bolsillo. Cuando tengamos los títulos de propiedad, recién ahí, vamos a poder
empezar a tener los servicios como el agua o la luz de manera legal", dice
un hornero de Colonia 12 de Octubre.
La zona norte de los hornos está
ubicada en las bardas, detrás de una franja de chacras de una empresa
frutícola. A diferencia de Colonia 12 de Octubre, en el norte, todos los hornos
están localizados sobre tierras de un mismo dueño: un productor minero de
nacionalidad argentina que provee más del 50% del limo que se utiliza para la
elaboración de los ladrillos en Allen. También es propietario de las
habitaciones que ocupan tanto los trabajadores permanentes como los
temporarios, y ha hecho los tendidos de luz, compra el agua para consumo, etc,
según indica el informe de la UNRN y el CFI.
El rol del Estado
Como las familias viven y
trabajan en el mismo espacio, la vulnerabilidad en la que se encuentran tiene
varias dimensiones: sin trabajo formal, no tienen aportes a la obra social, a
la ANSES, ni ART o seguro de vida. Por otro lado, todos deben colaborar para
alcanzar la meta productiva: por eso, mujeres, adolescentes y niños se suman a
las tareas. Por último, las viviendas suelen ser precarias, no tienen cloacas y
están "colgadas" al tendido eléctrico.
"La mayoría de las personas
son de nacionalidad boliviana, y hay muchos menores. Se visualizaron baños en
estado precario y habitaciones cerradas con candados, lo que hace suponer que
había gente que no podía obrar libremente en su vida. La situación de los
menores también es compleja", dijo la ex viceministra de Trabajo de la
Nación, Noemí Rial, al referirse a una inspección que se hizo en Colonia 12 de
Octubre durante el 2011. La cartera nacional aseguró en esa fecha que en la
zona ladrillera de Allen había "trata de personas" y que se habían
detectado casos de trabajo infantil.
Las inspecciones de los
organismos de control en la zona ladrillera (Colonia 12 de Octubre y sector
norte) han sido esporádicas, pero en cada operativo se hallaron serias
irregularidades: principalmente, falta de registración de los trabajadores,
además de precariedad en viviendas y sectores de sanitarios, según explica el
delegado en Allen de la Secretaría provincial de Trabajo, Daniel Panero.
Cuando los obreros advierten la
presencia de inspectores, muchos huyen de los campamentos y se esconden detrás
de las bardas o en algún lugar de difícil acceso. Lo mismo sucedió durante el
desarrollo de esta investigación con un grupo de mujeres que, al ser
fotografiadas trabajando en uno de los campamentos, se escondieron detrás de
una pila de ladrillos, visiblemente asustadas, mientras señalaban al dueño del
horno, que vigilaba a los obreros desde otro sector. Cabe aclarar que el
trabajo femenino está prohibido en el contrato colectivo de ladrilleros.
Como los obreros del ladrillo
son trabajadores no registrados, no tienen aportes al sistema de seguridad
social y padecen la carencia general de los derechos y beneficios que prevé la
normativa para los empleados. Al no contar con obra social, el Hospital Dr.
Ernesto Accame de Allen se encarga de cubrir toda la demanda sanitaria de los
trabajadores ladrilleros. En cuanto a la educación, los padres ven en la
escuela la posibilidad de ascenso social, el camino para que sus hijos salgan
de la vida sacrificada en los campamentos. Los niños van, en su gran mayoría, a
la escuela primaria Nº 299, pero también a otros establecimientos de la ciudad.
Luis vive desde hace seis años
en Colonia 12 de Octubre: "Acá se trabaja mucho y no se puede reclamar a
los patrones porque si no te gusta, te dicen que agarres tus cosas y te vayas.
A ellos no les sale nada despedirte porque no tenemos papeles, a lo sumo si te
echan te hacen un arreglo de plata en el que siempre sale ganando en dueño del
horno. Y que uno ni piense en ir a denunciar al Ministerio de Trabajo porque
eso sí que los pone furiosos a los patrones. Yo estoy muy agradecido con
Argentina porque en Bolivia vivíamos muy mal y acá por lo menos tenemos para
darles de comer y educar a nuestros hijos".
Según Luis Cáceres, secretario
general de la Unión Obrera Ladrillera de la República Argentina (UOLRA), unas
150.000 familias viven de la actividad ladrillera en el país: "La mayoría
de los trabajadores no están registrados, no tienen obra social ni aportes
jubilatorios. Hay trabajo esclavo y trabajo infantil. En algunas provincias, la
mayoría de los trabajadores son de la comunidad boliviana, como por ejemplo, en
Buenos Aires, Córdoba, Río Negro, Mendoza, una parte de San Luis y Santa
Fe".
Como apunta Cáceres, la vida en
los hornos suele encubrir trabajo infantil (prohibido por la legislación
argentina) y trabajo esclavo, con lo que se podría hablar de trata de personas.
Hay dos situaciones -entre otras que describe la norma- en las que se considera
que existe explotación, aplicables (de comprobarse) a la actividad ladrillera:
a) Cuando se redujere o
mantuviere a una persona en condición de esclavitud o servidumbre o se la
sometiere a prácticas análogas.
b) Cuando se obligare a una
persona a realizar trabajos o servicios forzados.
Los obreros ladrilleros
En los campamentos, hombres y
mujeres (en su mayoría de nacionalidad boliviana) trabajan a la par en la
elaboración de los ladrillos. Lo hacen en jornadas que pueden alcanzar las 10 ó
12 horas, según la época del año. La temporada alta de la elaboración de
ladrillos comienza en agosto / septiembre y se extiende hasta abril / mayo.
Durante el invierno, se paraliza por las condiciones climáticas, pero ese
periodo es aprovechado para preparar los campamentos para la temporada
siguiente: se acopia leña y otros insumos que necesita la actividad.
Los obreros son
"pordieros" (trabajan por día) o "por tanto", es decir, a
destajo, hasta completar la tarea.
Según un informe publicado en el
2012 por la Pastoral de Movilidad Humana, más de tres millones de ciudadanos
bolivianos viven fuera de su país. El mismo organismo destacó que 1.200.000 de
los bolivianos que dejaron su país reside en la Argentina. Es el caso de María,
obrera de los hornos: "Hace unos 15 años, cuando llegamos a la Colonia 12
de Octubre con mi marido, sólo se paraba para comer algo y después seguíamos
hasta la noche. Poco descanso y mucho trabajo. Los cortadores, que siempre
venían desde Bolivia porque acá había pocos que se dedicaban a ese oficio,
cortaban los ladrillos hasta aprovechando la luz de la luna. Con mi familia
también trabajamos en la cebolla y cosechando uvas en Mendoza pero volvimos al
ladrillo".
Trabajo infantil
Que los niños trabajen es visto
por los horneros ladrilleros como una "cuestión cultural" y no como
una situación de explotación infantil. En agosto del 2009, cuando en Allen se
desató un debate sobre el tema, el ex vicecónsul boliviano, Juan Carlos
Espinoza, reconoció la problemática, pero negó que hubieran existido casos de
explotación. Dijo en su momento que los niños sólo "colaboran" en el
trabajo diario con sus padres, ya que esa es una costumbre que traen arraigada
desde Bolivia.
Ver a niños y adolescentes
trabajando en los campamentos es frecuente. Para la Asociación de Ladrilleros
Árbol Río Negro, que agrupa a los propietarios de los hornos de Colonia 12 de
Octubre, la situación que se da con los menores es "cultural" y no de
trabajo infantil. Víctor Flores, presidente de la entidad, dice: "Nosotros
nunca los obligamos, es cultural. Nos hemos criado así, nuestros padres nos
educaron así. Igual que la familia argentina le enseña a los chicos a manejar
movilidad y salen con esa mentalidad. Muchas veces los chicos dicen que quieren
aprender a manejar el tractor. Y cuando empiezan a manejar se entusiasman y
ellos solos se van. Yo les digo a mis compañeros que les pueden enseñar un rato
pero que no estén muchas horas trabajando".
Cáceres, secretario del
sindicato de ladrilleros (UOLRA), apunta que las situaciones de trabajo
infantil se dan tanto cuando hay un patrón que controla la producción, como en
los emprendimientos autogestionados por las familias: "El horno está en la
casa y los chicos se crían jugando al lado. Para esos chicos, el trabajo es
algo natural, que tiene que ver con el lugar en el que viven". Desde
UOLRA, explica el delegado, proponen que el Estado cree parques ladrilleros,
para separar el ámbito doméstico del laboral.
Lucas Manjon, jefe de
investigaciones de la Fundación Alameda, considera que las prácticas culturales
nunca pueden vulnerar derechos: "El respeto al derecho debe estar, incluso
desde lo penal, porque si nos amparamos en 'patrones culturales', volvemos a la
Edad Media. Para asegurar el cumplimiento de los derechos, dependés del
Estado".
Manjon conoce la estructura de
trabajo en los hornos ladrilleros: hace dos años relevó lo que ocurre en Jesús
María, Córdoba, donde se repite una estructura operativa muy parecida a la de
Allen. "El sistema es cruel: es tan alto el objetivo de producción que
deben alcanzar, que necesitan sumar el esfuerzo de los niños. Las familias, a
veces, resignan los derechos de los chicos, en función de asegurar el despegue
económico. Por otra parte, vienen de situaciones de gran vulnerabilidad en su
país de origen, con lo cual, incluso situaciones irregulares de vivienda y
trabajo las experimentan como un progreso", explica.
"Para nosotros, es
fundamental abordar los derechos laborales y los derechos de la niñez. No se
puede dejar su cumplimiento sujeto al criterio individual o de un grupo, el
marco legal que nos ampara en la Argentina debe estar asegurado para todos los
habitantes", concluye Manjon.
Niños en riesgo
La infancia en los hornos de
ladrillos no es fácil. No existen espacios recreativos y los niños que viven
allí están permanentemente expuestos a riesgos. Tractores, elevadores, camiones
de gran porte y en pésimas condiciones mecánicas circulan a diario por sectores
en donde los chicos también juegan.
En el 2008, un niño de un año y
medio murió aplastado por un tractor. En el 2009, una beba de 18 meses se
electrocutó por la precariedad de las instalaciones. Si bien la chiquita pudo
ser reanimada en el hospital, los peligros que enfrentan niños pequeños sin la
supervisión de adultos (porque están trabajando) pueden terminar en hechos
trágicos: en el 2015, un nene de un año y diez meses cayó en una acequia y se
ahogó.
En marzo del 2015, Carlitos, un
niño de 5 años, estuvo al borde de la muerte. El nene se encontraba solo dentro
de una vivienda cuando, de repente, se incendió la habitación en la que
descansaba y las llamas lo acorralaron. Sufrió quemaduras en más de 80% del
cuerpo y su cuadro fue crítico. Según explica Luis Novoa, agente sanitario del
Hospital Dr. Ernesto Accame, el dueño del campamento dijo que el fuego se había
desatado cuando el pequeño jugaba con fósforos, pero las pericias de bomberos
determinaron que las llamas se iniciaron a causa de un cortocircuito, por la
precariedad de las instalaciones eléctricas y la falta de medidas de seguridad.
(La Nación)
PUBLICADO EL 19/12/2016
POR INFOALLEN
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